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económicos que no pasan de ser sabiduría convencional, como decía John Kenneth Galbraith.
A mi juicio, se trata de un asunto nuclear en nuestro rol como docentes e investigadores, porque me temo que entre los poderes públicos y la clase empresarial hay una clara intención de que la universidad sea vista como algo técnico, puro y objetivo, donde el consenso científico se perciba ante la sociedad como dogma de fe, y no como el resultado de la búsqueda inconclusa e imperfecta de la luz de la verdad.
Y esta tendencia está ligada a una creciente visión mercantil del mundo y del ser humano decorada con los trajes del Nuevo Emperador, que incluye expresiones como el capitalismo de rostro humano, el capitalismo ecologista, etc. Una visión en la que además se nos dicta como misión satisfacer las “verdaderas demandas ” del mercado, llegándose a considerar la educación crítica, ética y humanística como un desperdicio de recursos.
Esta es una excusa perfecta para modelos de educación liberales llenos de testosterona, hechos alternativos y revisionismo. En la mente de todos se encuentran casos recientes de países europeos y de América, que no voy a citar ahora. A veces esto es explícito; a veces más sutil. Y la consecuencia es que otros puntos de vista ¡que en el fondo sí son ciencia! pueden ser etiquetados y denostados como “extremistas ” o, en el mejor de los casos, bien intencionados pero imposibles.
Y en mi opinión todos estos fenómenos no son casuales, sino que constituyen un ataque directo y explícito a la línea de flotación de los fundamentos mismos del proyecto de la Ilustración.
Se nos dice que estamos ante una gran oportunidad de que todo cambie a mejor, pero no estoy seguro de que el mundo realmente quiera cambiar. Si una situación crítica como la pandemia del COVID o el cambio climático no ha sido capaz de unir a los ciudadanos en pos de un objetivo común, ¿qué podría hacerlo?