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Sin embargo, Hidalgo-Capitán (1998: 14) cuestionó que «No obstante, la preocupación por el desarrollo, en sus distintas versiones (riqueza, prosperidad material, progreso, crecimiento, etc.), y el intento por comprender cómo se produce para poder alcanzarlo, no es patrimonio de los economistas de la segunda mitad del siglo XX.»

A principios de los sesenta, Washington lanzó la Alianza para el Progreso con financiamiento externo para el desarrollo de latinoamericana (Reyes, 2009). En los ochenta, el modelo keynesiano dio paso al monetarismo y la implementación de las políticas Neoliberales.

Desde los primeros años, se confió en el derrame positivo que generaría la modernización y la transición industrial, con beneficios en otros ámbitos de la vida social (Bertoni, Reto, et al., 2011): en las condiciones de vida de la población, la tasa de reproducción, el cambio tecnológico, el cambio estructural de la economía, la mejora institucional de los gobiernos, y la integración mundial.

Esta visión fue cuestionada por la corriente heterodoxa. Se planteó que el desarrollo tenía que ver con la gente y sus problemas cotidianos, y que se tenían que analizar otros ámbitos de la vida social que inciden en el desarrollo, como la acción gubernamental y sus políticas, los programas sociales, la relación con la economía mundial, el deterioro del medio ambiente, entre otros. (Hirschman, 1986).

Los teóricos de la dependencia (Seers, 1987; Barán, 1987) plantearon visualizar la acumulación del capital y el papel de las clases sociales dominantes en los países desarrollados y en aquellos receptores de la ayuda proveniente del centro. Esto posibilitaría observar que los cambios promovidos por lo general se comportan convulsivamente y que, en muchos casos los retrocesos se vuelven comunes en los países dependientes.

Los estructuralistas de la CEPAL (Furtado, 1989) argumentaron a favor del reconocimiento de las condiciones materiales de cada país, cuestionando la formulación de estrategias del desarrollo formuladas y financiadas desde el exterior, sin el menor componente de análisis de la realidad concreta del país. De esta manera, se asumió que el desarrollo es una construcción social.

Ambas escuelas concibieron la presencia activa del Estado para concretar las estrategias propuestas. Con los desajustes mundiales de los setenta, expresados en el profundo endeudamiento de países